DOCUMENTO: EL COMPROMISO DE CIUDAD DEL CABO ( 5 )

IIB EDIFICAR LA PAZ DE CRISTO
EN NUESTRO MUNDO DIVIDIDO Y ROTO


1. La paz que Cristo logró


La reconciliación con Dios es inseparable de la reconciliación de unos con otros. Cristo, quien es nuestra paz, hizo la paz a través de la cruz, y predicó la paz al mundo dividido de judíos y gentiles. La unidad del pueblo de Dios es a la vez un hecho (“de ambos pueblos hizo uno”) y un mandato (“solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” o “esfuércense por mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz”, NVI). El plan de Dios para la integración de toda la creación en Cristo está ejemplificado por la reconciliación étnica de la nueva humanidad de Dios. Este es el poder del evangelio tal como fue prometido a Abraham.[1]

Afirmamos que, si bien el pueblo judío no estaba ajeno a los pactos y a las promesas de Dios de la forma que Pablo describe a los gentiles, sigue necesitando reconciliarse con Dios a través del Mesías Jesús. No hay ninguna diferencia, dijo Pablo, entre el judío y el gentil en el pecado; tampoco hay diferencia alguna en la salvación. Sólo en y a través de la cruz pueden ambos tener acceso a Dios el Padre a través del único Espíritu.[2]

  1. Por lo tanto, seguimos afirmando categóricamente la necesidad de que toda la Iglesia comparta con el pueblo judío las buenas noticias de Jesús como Mesías, Señor y Salvador. Y, en el espíritu de Romanos 14 y 15, instamos a los creyentes gentiles a aceptar y alentar a los creyentes judíos mesiánicos, y orar por ellos, en su testimonio entre su propio pueblo.

La reconciliación con Dios y de unos con otros es también el fundamento y la motivación para buscar la justicia que Dios exige, sin la cual, dice él, no puede haber paz. La reconciliación verdadera y duradera requiere el reconocimiento del pecado pasado y presente, el arrepentimiento ante Dios, la confesión a la persona herida, y la búsqueda y aceptación del perdón. Incluye, también, el compromiso de la Iglesia de buscar justicia o reparación, cuando corresponda, para quienes han sido lastimados por la violencia y la opresión.


  1.  Anhelamos ver a la Iglesia de Cristo en todo el mundo, aquellos que hemos sido reconciliados con Dios, viviendo nuestra reconciliación de unos con otros y consagrados a la tarea y la lucha de la pacificación bíblica en el nombre de Cristo.



2. La paz de Cristo en el conflicto étnico

La diversidad étnica es el don y el plan de Dios en la creación.[3] Ha sido arruinada por el pecado y el orgullo humanos, que han producido confusión, confrontación, violencia y guerras entre naciones. Sin embargo, la diversidad étnica será preservada en la nueva creación, cuando personas de cada nación, tribu, pueblo y lengua se reunirán como el pueblo redimido de Dios.[4] Confesamos que a menudo no tomamos en serio la diversidad étnica ni la valoramos como lo hace la Biblia, en la creación y la redención. No respetamos la identidad étnica de los demás y no tomamos en cuenta las profundas heridas que causa esta falta de respeto a largo plazo.

  1. Instamos a los pastores y líderes de iglesias a enseñar la verdad bíblica acerca de la diversidad étnica. Debemos afirmar positivamente la identidad étnica de todos los miembros de la iglesia. Pero debemos mostrar también cómo nuestras lealtades étnicas están viciadas por el pecado, y enseñar a los creyentes que todas nuestras identidades étnicas están subordinadas a nuestra identidad redimida como la nueva humanidad en Cristo a través de la cruz.

Reconocemos con dolor y vergüenza la complicidad de los cristianos en algunos de los contextos más destructivos de violencia y opresión étnicas, y el lamentable silencio de grandes partes de la Iglesia cuando ocurren este tipo de conflictos. Estos contextos incluyen la historia y el legado del racismo y la esclavitud negra, el holocausto contra los judíos, el apartheid, las “limpiezas étnicas”, la violencia sectaria entre cristianos, la aniquilación de poblaciones indígenas, la violencia interreligiosa, política y étnica, el sufrimiento de los palestinos, la opresión de las castas y el genocidio tribal. Los cristianos que, por su acción o inacción, agravan la condición rota del mundo, socavan seriamente nuestro testimonio del evangelio de la paz. Por lo tanto:

  1. Por el bien del evangelio, hacemos lamentación y llamamos al arrepentimiento allí donde los cristianos han participado en la violencia, injusticia u opresión étnicas. También llamamos al arrepentimiento por las muchas veces que los cristianos han sido cómplices en estos males con el silencio, con la apatía o la supuesta neutralidad, o brindando una justificación teológica defectuosa para tales actitudes.

Si el evangelio no está profundamente arraigado en el contexto, desafiando y transformando las cosmovisiones subyacentes y los sistemas de injusticia, entonces, cuando llega el día malo, la lealtad cristiana es descartada como un manto indeseado y las personas revierten a lealtades y acciones no regeneradas. La evangelización sin discipulado, o el avivamiento sin una obediencia radical a los mandamientos de Cristo, no son sólo deficientes; son peligrosos.

Anhelamos el día en que la Iglesia sea el modelo de reconciliación étnica más brillante en el mundo y su defensor más activo en la resolución de conflictos.

Esta aspiración, arraigada en el evangelio, nos llama a:

  1. Abrazar la plenitud del poder reconciliador del evangelio y enseñarlo de manera correspondiente. Esto incluye una plena comprensión bíblica de la expiación: que Jesús no sólo llevó nuestro pecado en la cruz para reconciliarnos con Dios, sino que destruyó nuestra enemistad, para reconciliarnos unos con otros.

  1. Adoptar el estilo de vida de la reconciliación. En términos prácticos, esto se demuestra cuando los cristianos:
(1)     perdonan a sus perseguidores, mientras desafían valientemente la injusticia en defensa de los demás;
(2)     dan ayuda y ofrecen hospitalidad a prójimos que están “del otro lado” de un conflicto, tomando iniciativas para cruzar barreras en busca de la reconciliación;
(3)     siguen testificando de Cristo en contextos violentos; y están dispuestos a sufrir y aun a morir antes que tomar parte en acciones de destrucción o venganza;
(4)     participan en el proceso de sanación de heridas a largo plazo luego de conflictos, haciendo de la Iglesia un lugar seguro de refugio y sanidad para todos, incluyendo a antiguos enemigos.

  1. Ser faros y portadores de esperanza. Damos testimonio de Dios, que estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo. Es exclusivamente en el nombre de Cristo, y en la victoria de su cruz y su resurrección, que tenemos autoridad para confrontar los poderes demoníacos del mal que agravan los conflictos humanos, y tenemos poder para ministrar su amor y paz reconciliadores.

  
3. La paz de Cristo para los pobres y los oprimidos


El fundamento bíblico para nuestro compromiso con la búsqueda de la justicia y el shalom para los oprimidos y los pobres está resumido en la Confesión de Fe de Ciudad del Cabo, sección 7(C). En base a esto, anhelamos una acción cristiana más efectiva con relación a:

La esclavitud y el tráfico humano

Hay más personas en esclavitud en todo el mundo hoy (un número estimado de 27 millones de seres humanos) que 200 años atrás, cuando Wilberforce luchó por abolir el comercio transatlántico de esclavos. En India solamente, se estima que hay unos 15 millones de niños esclavos. El sistema de castas oprime a los grupos de las castas bajas y excluye a los dalits. Pero, lamentablemente, la Iglesia cristiana misma está infectada en muchos lugares con las mismas formas de discriminación. La voz concertada de la Iglesia global debe levantarse en protesta contra lo que es, de hecho, uno de los sistemas de esclavitud más antiguos del mundo. Pero si esta defensa global ha de tener alguna autenticidad, la Iglesia debe rechazar toda inequidad y discriminación dentro de ella misma.

La migración en una escala sin precedentes en el mundo de hoy, por diversas razones, ha producido el tráfico humano en cada continente, la esclavización generalizada de mujeres y niños en el comercio sexual, y el abuso infantil a través del trabajo forzado o la conscripción militar.

  1. Levantémonos como Iglesia en todo el mundo para combatir el mal del tráfico humano, y para hablar y actuar proféticamente para “liberar a los cautivos”. Esto implica necesariamente lidiar con los factores sociales, económicos y políticos que alimentan ese comercio. Los esclavos del mundo claman a la Iglesia global de Cristo: “Liberen a nuestros niños. Liberen a nuestras mujeres. Sean nuestra voz. Muéstrennos la nueva sociedad que prometió Jesús”.


La pobreza


Abrazamos el testimonio de toda la Biblia, que nos muestra el deseo de Dios, de una justicia económica sistémica y también de la compasión, el respeto y la generosidad personales hacia los pobres y los necesitados. Nos regocijamos porque esta amplia enseñanza bíblica está más integrada hoy a nuestra estrategia y práctica de misión, como ocurría con la Iglesia primitiva y el apóstol Pablo.[5]

En consecuencia:

  1. Reconozcamos la gran oportunidad que los Objetivos de Desarrollo del Milenio han presentado para la Iglesia local y global. Llamamos a las iglesias a promoverlos ante los gobiernos y a participar en los esfuerzos para alcanzarlos, como el Desafío Miqueas.


  1. Tengamos valentía para declarar que el mundo no puede tratar, y mucho menos resolver, el problema de la pobreza, sin cuestionar también la riqueza excesiva y la avaricia. El evangelio cuestiona la idolatría del consumismo desenfrenado. Somos llamados, como personas que sirven a Dios y no a las riquezas, a reconocer que la avaricia perpetúa la pobreza, y renunciar a ella. Al mismo tiempo, nos regocijamos de que el evangelio incluya a los ricos en su llamado al arrepentimiento, y que los invite a unirse a la comunidad de los que han sido transformados por la gracia perdonadora.

4. La paz de Cristo para las personas con discapacidades


Las personas con discapacidades forman uno de los mayores grupos minoritarios del mundo; se estima que superan los 600 millones de individuos. La mayoría de estas personas viven en los países menos desarrollados, y se encuentran entre los más pobres de los pobres. Si bien los impedimentos físicos o mentales forman parte de su experiencia cotidiana, la mayoría de ellas también se encuentran discapacitadas por actitudes sociales, injusticia y falta de acceso a los recursos. El servicio a las personas con discapacidades no finaliza con la atención médica o la provisión social; implica luchar junto a ellas, las personas que las cuidan y sus familias, por la inclusión y la igualdad, tanto en la sociedad como en la Iglesia. Dios nos llama a la amistad, el respeto, el amor y la justicia mutuos.

  1. Levantémonos como cristianos en todo el mundo para rechazar los estereotipos culturales porque, como dijo el apóstol Pablo, “de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne” (“según criterios humanos”, NVI).[6] Hechos a la imagen de Dios, todos tenemos dones que Dios puede usar en su servicio. Nos comprometemos a ministrar a las personas con discapacidades, y a recibir el ministerio que ellas pueden brindar.
  2. Alentamos a los líderes de la iglesia y de misiones a pensar no sólo en la misión entre las personas con discapacidades, sino a reconocer, afirmar y facilitar el llamado misional de los propios creyentes con discapacidades como parte del Cuerpo de Cristo.
  3. Nos duele que a tantas personas se les diga que su discapacidad se debe a un pecado personal, a su falta de fe o a que no están dispuestas a ser sanadas. Negamos que la Biblia enseñe esto como una verdad universal.[7] Esta clase de falsa enseñanza es pastoralmente insensible y espiritualmente discapacitante; agrega la carga de la culpa y las esperanzas frustradas a las otras barreras que enfrentan las personas con discapacidades.
Nos comprometemos a hacer de nuestras iglesias lugares de inclusión e igualdad para las personas con discapacidades y a acompañarlas para resistir los prejuicios y defender sus necesidades en la sociedad más amplia.


5. La paz de Cristo para su creación sufriente

Nuestro mandato bíblico con relación a la creación de Dios figura en la Confesión de Fe de Ciudad del Cabo, sección 7(A). Todos los seres humanos deben ser mayordomos de la rica abundancia de la buena creación de Dios. Estamos autorizados a ejercer un dominio piadoso cuando lo usamos para el bienestar y las necesidades de las personas; por ejemplo, en la agricultura, la pesca, la minería, la generación de energía, la ingeniería, la construcción, el comercio y la medicina. Cuando hacemos esto, también se nos ordena cuidar de la tierra y todas sus criaturas, porque la tierra pertenece a Dios, no a nosotros. Hacemos esto por el Señor Jesucristo, quien es el Creador, Dueño, Sustentador, Redentor y Heredero de toda la creación.

Lamentamos el abuso y la destrucción generalizados de los recursos de la tierra, incluyendo su biodiversidad. Probablemente el desafío más serio y urgente que enfrenta el mundo físico ahora es la amenaza del cambio climático. Esto afectará de forma desproporcionada a las personas de los países más pobres, porque es allí donde los extremos climáticos serán más severos y donde hay poca capacidad de adaptación a esos cambios. La pobreza mundial y el cambio climático necesitan ser abordados en conjunto y con la misma urgencia.


Alentamos a los cristianos en todo el mundo a:

  1. Adoptar estilos de vida que renuncien a los hábitos de consumo que sean destructivos o contaminantes;
  2. Promover acciones legítimas para persuadir a los gobiernos de que pongan los imperativos morales por encima de la conveniencia política en temas de destrucción ambiental y potencial cambio climático;
  3. Reconocer y alentar el llamado misional, tanto de (i) cristianos que se involucran en el uso adecuado de los recursos de la tierra para la necesidad y el bienestar humanos a través de la agricultura, la industria y la medicina como de (ii) cristianos que se involucran en la protección y la restauración de los hábitats y las especies de la tierra a través de la conservación y la defensoría. Ambos comparten la misma meta, porque ambos sirven al mismo Creador, Proveedor y Redentor.





[1]           Efesios 1:10; 2:1-16; 3:6; Gálatas 3:6-8 (Ver también la Sección VI sobre el tema de la unidad y la asociación dentro de la Iglesia).
[2]           Efesios 2:11-22; Romanos 3:23; Romanos 10:12-13
[3]           Deuteronomio 32:8; Hechos 17:26
[4]           Apocalipsis 7:9; 21:3, donde el texto dice, en realidad: “[…] y ellos serán sus pueblos, […]” (en plural, tal como lo traduce la versión Dios Habla Hoy).
[5]           Hechos 4:32-37; Gálatas 2:9-10; Romanos 15:23-29; 2 Corintios 8–9
[6]           2 Corintios 5:16
[7]           Juan 9:1-3


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