DOCUMENTO: EL COMPROMISO DE CIUDAD DEL CABO ( 9 )

IIF ASOCIARSE EN EL CUERPO DE CRISTO

PARA LA UNIDAD EN LA MISIÓN



Pablo nos enseña que la unidad cristiana es creación de Dios, basada en nuestra reconciliación con Dios y de unos con otros. Esta doble reconciliación ha sido lograda a través de la cruz. Cuando vivimos en unidad y trabajamos en forma asociada, demostramos el poder sobrenatural y contracultural de la cruz. Pero cuando demostramos nuestra desunión al no lograr asociarnos, degradamos nuestra misión y nuestro mensaje, y negamos el poder de la cruz.

1. La unidad en la Iglesia

Una Iglesia dividida carece de mensaje para un mundo dividido. Nuestra imposibilidad de vivir en una unidad reconciliada es un obstáculo importante para la autenticidad y la eficacia en la misión.

  1. Lamentamos la condición dividida y la tendencia a la división de nuestras iglesias y organizaciones. Anhelamos profunda y urgentemente que los cristianos cultiven un espíritu de gracia y sean obedientes al mandamiento de Pablo de ser “solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (“esfuércense por mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz”, NVI).

  2. Si bien reconocemos que nuestra unidad más profunda es espiritual, anhelamos un mayor reconocimiento del poder misional de la unidad visible, práctica y terrenal. Así que instamos a las hermanas y los hermanos de todo el mundo, por el bien de nuestro testimonio y misión comunes, a resistir la tentación de dividir el cuerpo de Cristo, y a buscar las sendas de la reconciliación y la unidad restaurada cada vez que sea posible.



2. La asociación en la misión global

La asociación en la misión no tiene que ver sólo con la eficiencia. Es el resultado estratégico y práctico de nuestro común sometimiento a Jesucristo como Señor. Con demasiada frecuencia hemos abordado la misión de formas que priorizan o preservan nuestras propias identidades (étnicas, denominacionales, teológicas, etc.) y no hemos sometido nuestras pasiones y preferencias a nuestro único Señor y Amo. La supremacía y centralidad de Cristo en nuestra misión deben ser más que una confesión de fe; deben regir también nuestra estrategia, nuestra práctica y nuestra unidad.

Nos regocijamos por el crecimiento y la fortaleza de los movimientos de misión emergentes en el mundo mayoritario y el fin del viejo patrón “de Occidente al Resto”. Pero no aceptamos la idea de que el bastón de la responsabilidad en la misión haya pasado de una parte de la Iglesia del mundo a otra. No tiene sentido rechazar el triunfalismo pasado de Occidente para simplemente reubicar el mismo espíritu impío en Asia, África o América Latina. Ningún grupo étnico, nación o continente puede decir que tiene el privilegio exclusivo de ser quien completará la Gran Comisión. Sólo Dios es soberano.

  1. Nos mantenemos unidos, como líderes de iglesia y de misiones de todas partes del mundo, llamados a reconocernos y aceptarnos mutuamente, con igualdad de oportunidades para contribuir juntos a la misión mundial. Dejemos de lado, en sometimiento a Cristo, la sospecha, la competencia y el orgullo, y estemos dispuestos a aprender de quienes Dios está usando, aun cuando no sean de nuestro continente, de nuestra teología específica, de nuestra organización o de nuestro círculo de amigos.
  2. La asociación va más allá del dinero, y con frecuencia, la inyección imprudente de dinero corrompe y divide la Iglesia. Demostremos de una vez por todas que la Iglesia no opera bajo el principio de que quienes tienen más dinero tienen todo el poder para tomar decisiones. Dejemos de imponer a otras partes de la Iglesia nuestros nombres, lemas, programas, sistemas y métodos preferidos. En cambio, trabajemos a favor de la verdadera mutualidad del Norte y el Sur, de Oriente y Occidente, por la interdependencia en dar y recibir, por el respeto y la dignidad que caracteriza a los auténticos amigos y verdaderos socios en la misión.

3. Mujeres y hombres en asociación

La Biblia afirma que Dios creó a hombres y mujeres a su imagen y les dio dominio, juntos, sobre la tierra. El pecado ingresó en la vida y la historia humanas a través del hombre y la mujer actuando juntos en rebelión contra Dios. A través de la cruz de Cristo, Dios trajo salvación, aceptación y unidad a hombres y mujeres por igual. En Pentecostés, Dios derramó el Espíritu de profecía sobre toda carne, hijos e hijas por igual. Por lo tanto, las mujeres y los hombres son iguales en la creación, en el pecado, en la salvación y en el Espíritu.[1]

Todos nosotros, mujeres y hombres, casados y solos, tenemos la responsabilidad de emplear los dones de Dios en beneficio de los demás, como administradores de la gracia de Dios y para la alabanza y la gloria de Cristo. Por lo tanto, todos nosotros somos responsables también de permitir a todo el pueblo de Dios ejercer todos los dones que Dios ha dado para todas las áreas de servicio a las cuales Dios llama a la Iglesia.[2] No debemos apagar el Espíritu despreciando el ministerio de ninguna persona.[3] Además, estamos decididos a ver el ministerio dentro del cuerpo de Cristo como un don que es dado y una responsabilidad en los que somos llamados a servir, y no como una posición y un derecho que exigimos.

  1. Sostenemos la posición histórica de Lausana: “Afirmamos que los dones del Espíritu Santo son repartidos a todo el pueblo de Dios, tanto a las mujeres como a los hombres, y que se debe promover la participación de todos en la evangelización para el bien común”.[4] Reconocemos el enorme y sacrificado aporte que las mujeres han hecho a la misión mundial, ministrando tanto a hombres como a mujeres, desde los tiempos bíblicos hasta el presente.

  1. Reconocemos que hay diferentes puntos de vista sostenidos sinceramente por personas que buscan ser fieles y obedientes a la Biblia. Hay quienes interpretan que la enseñanza apostólica da a entender que las mujeres no deben enseñar ni predicar, o que pueden hacerlo, pero no en autoridad exclusiva sobre los hombres. Otros interpretan que la igualdad espiritual de las mujeres, el ejercicio del don edificante de la profecía por parte de mujeres en la iglesia del Nuevo Testamento y el hecho de que funcionaran iglesias en sus casas implican que los dones espirituales del liderazgo y de la enseñanza pueden ser recibidos y ejercidos en el ministerio tanto por hombres como por mujeres.[5] Llamamos a quienes están en diferentes lados de la polémica a:
(1)                 Aceptarse mutuamente sin condenación con relación a los temas que son motivo de disputa, porque si bien podemos estar en desacuerdo, no tenemos ninguna base para la división, las palabras destructoras ni una hostilidad impía entre nosotros;[6]
(2)                 Estudiar la Biblia cuidadosamente, juntos, tomando debida cuenta del contexto y la cultura de los autores originales y los lectores contemporáneos;
(3)                 Reconocer que donde hay un dolor auténtico debemos mostrar compasión, donde hay injusticia y falta de integridad debemos plantarnos en contra, y donde hay resistencia a la obra manifiesta del Espíritu Santo en cualquier hermana o hermano, debemos arrepentirnos;
(4)                 Comprometernos a un modelo de ministerio, masculino y femenino, que refleje el carácter de siervo de Jesucristo y no la búsqueda de poder y estatus mundanos.


  1. Alentamos a las iglesias a reconocer a las mujeres piadosas que enseñan y son ejemplo del bien, como ordenó Pablo,[7] y a abrir puertas de oportunidad más amplias para las mujeres en la educación, el servicio y el liderazgo, especialmente en contextos donde el evangelio desafía tradiciones culturales injustas. Anhelamos que las mujeres no se vean obstaculizadas en el ejercicio de los dones de Dios ni en seguir el llamado de Dios para sus vidas.


4. La educación teológica y la misión

El Nuevo Testamento muestra la estrecha asociación entre el trabajo de evangelización y la plantación de iglesias (ej: el apóstol Pablo), y el trabajo de educar a las iglesias (ej: Timoteo y Apolos). Ambas tareas están integradas en la Gran Comisión, donde Jesús describe la tarea de hacer discípulos en términos de evangelización (antes de bautizarlos) y enseñanza: “que guarden todas las cosas que os he mandado”. La educación teológica forma parte de la misión más allá de la evangelización. [8]

La misión de la Iglesia en la tierra es servir a la misión de Dios, y la misión de la educación teológica es fortalecer y acompañar la misión de la Iglesia. La educación teológica sirve primero para capacitar a quienes lideran a la Iglesia como pastores-maestros, equipándolos para enseñar la verdad de la Palabra de Dios con fidelidad, pertinencia y claridad y, segundo, para equipar a todo el pueblo de Dios para la tarea misional de entender y comunicar la verdad de Dios de forma pertinente en cada contexto cultural. La educación teológica participa en la guerra espiritual, “derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo”.[9]

  1. Quienes lideramos iglesias y agencias de misión necesitamos reconocer que la educación teológica es intrínsecamente misional. Quienes brindamos educación teológica tenemos que asegurar que sea intencionalmente misional, ya que su lugar en el mundo académico no es un fin en sí mismo, sino que está para servir a la misión de la Iglesia en el mundo.

  1. La educación teológica está asociada con todas las formas de participación misional. Alentaremos y apoyaremos a todos los que brindan una educación teológica fiel a la Biblia, formal y no formal, a nivel local, nacional, regional e internacional.

  1. Instamos a que las instituciones y los programas de educación teológica realicen una “auditoría misional” de sus planes de estudio, estructuras y espíritu general, para asegurar que realmente respondan a las necesidades y oportunidades que enfrenta la Iglesia en sus respectivas culturas.

  1. Anhelamos que todos los plantadores de iglesias y educadores teológicos coloquen la Biblia en el centro de su trabajo conjunto, no sólo en las afirmaciones doctrinales, sino en la práctica. Los evangelistas deben usar la Biblia como la fuente suprema del contenido y la autoridad de su mensaje. Los educadores teológicos deben volver a centrarse en el estudio de la Biblia como la disciplina medular de la teología cristiana, integrando y permeando todos los demás campos de estudio y aplicación. Por sobre todo, la educación teológica debe servir para equipar a los pastores-maestros en su responsabilidad primaria de predicar y enseñar la Biblia.[10]



[1]           Génesis 1:26-28; Génesis 3; Hechos 2:17-18; Gálatas 3:28; 1 Pedro 3:7
[2]           Romanos 12:4-8; 1 Corintios 12:4-11; Efesios 4:7-16; 1 Pedro 4:10-11
[3]           1 Tesalonicenses 5:19-20; 1 Timoteo 4:11-14
[4]           El Manifiesto de Manila, 1989, afirmación 14
[5]           1 Timoteo 2:12; 1 Corintios 14:33-35; Tito 2:3-5; Hechos 18:26; 21:9; Romanos 16:1-5,7; Filipenses 4:2-3; Colosenses 4:15; 1 Corintios 11:5; 14:3-5
[6]           Romanos 14:1-13
[7]           Tito 2:3-5
[8]           Colosenses 1:28-29; Hechos 19:8-10; 20:20,27; 1 Corintios 3:5-9
[9]           2 Corintios 10:4-5
[10]          2 Timoteo 2:2; 4:1-2; 1 Timoteo 3:2b; 4:11-14; Tito 1:9; 2:1


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