DOCUMENTO : EL COMPROMISO DE CIUDAD DEL CABO ( 3 )

El Compromiso de Ciudad del Cabo


Una Confesión de Fe y un Llamado a la Acción
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4. Amamos a Dios el Hijo



Dios ordenó a Israel que amara al SEÑOR Dios con lealtad exclusiva. Asimismo, para nosotros, amar al Señor Jesucristo significa que afirmamos tenazmente que sólo él es Salvador, Señor y Dios. La Biblia enseña que Jesús realiza las mismas acciones soberanas que únicamente Dios realiza. Cristo es Creador del universo, Soberano de la historia, Juez de todas las naciones y Salvador de todos los que se vuelven a Dios.[1] Comparte la identidad de Dios en la divina igualdad y unidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Así como Dios llamó a Israel a amarlo con fe, obediencia y testimonio de siervo fundamentados en el pacto, nosotros afirmamos nuestro amor por Jesucristo al confiar en él, obedecerlo y hacerlo conocer.

  1. Confiamos en Cristo. Creemos el testimonio de los Evangelios de que Jesús de Nazaret es el Mesías, el designado y enviado por Dios para cumplir la singular misión del Israel del Antiguo Testamento, que es llevar la bendición de la salvación de Dios a todas las naciones, según él prometió a Abraham.

(1)           En Jesús, concebido por el Espíritu Santo y nacido de la virgen María, Dios asumió nuestra carne humana y vivió entre nosotros, plenamente Dios y plenamente humano.
(2)           En su vida, Jesús caminó en perfecta fidelidad y obediencia a Dios. Anunció y enseñó el reino del Dios, y ejemplificó la forma en que sus discípulos deben vivir bajo el reinado de Dios.
(3)           En su ministerio y en sus milagros, Jesús anunció y demostró la victoria del reino de Dios sobre el mal y los poderes malignos.
(4)           En su muerte en la cruz, Jesús asumió nuestro pecado por nosotros, llevando todo su costo, castigo y vergüenza; derrotó a la muerte y a los poderes del mal, y logró la reconciliación y redención de toda la creación.
(5)           En su resurrección corporal, Jesús fue reivindicado y exaltado por Dios, completó y demostró la plena victoria de la cruz, y se convirtió en el precursor de la humanidad redimida y la creación restaurada.
(6)           Desde su ascensión, Jesús está reinando como Señor sobre toda la historia y la creación.

(7)          Cuando vuelva, Jesús ejecutará el juicio de Dios, destruirá a Satanás, el mal y la muerte, y establecerá el reinado universal de Dios.






    1. Obedecemos a Cristo. Jesús nos llama a ser discípulos, a tomar nuestra cruz y seguirlo en la senda del renunciamiento, el servicio y la obediencia. "Si me amáis, guardad mis mandamientos", dijo. "¿Por qué me llamáis, Señor, Señor y no hacéis lo que yo digo?". Somos llamados a vivir como Cristo vivió y a amar como Cristo amó. Profesar a Cristo mientras ignoramos sus mandatos es una peligrosa necedad. Jesús nos advierte que muchos que hablan en su nombre con ministerios espectaculares y milagrosos se encontrarán repudiados por él como hacedores de maldad.[2] Tomamos en cuenta la advertencia de Cristo, porque ninguno de nosotros es inmune a este tremendo peligro. 


    1. Proclamamos a Cristo. En Cristo únicamente, Dios se ha revelado de manera plena y final, y a través de Cristo únicamente, Dios ha logrado la salvación para el mundo. Por lo tanto, nos arrodillamos como discípulos a los pies de Jesús de Nazaret y le decimos, con Pedro: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente" y, con Tomás: “¡Señor mío, y Dios mío!". Si bien no lo hemos visto, lo amamos. Y nos regocijamos con esperanza mientras anhelamos el día de su retorno, cuando lo veremos tal como es. Hasta tanto, nos unimos a Pedro y a Juan proclamando que “en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos". [3]

Nos comprometemos nuevamente a dar testimonio de Jesucristo y de toda su enseñanza, en todo el mundo, sabiendo que podemos dar ese testimonio sólo si nosotros mismos estamos viviendo en obediencia a su enseñanza.

5. Amamos a Dios el Espíritu Santo


Amamos al Espíritu Santo dentro de la unidad de la Trinidad, junto con Dios el Padre y Dios el Hijo. Él es el Espíritu misionero enviado por el Padre misionero y el Hijo misionero, que imparte vida y poder a la Iglesia misionera de Dios. Amamos al Espíritu Santo y oramos por su presencia porque, sin el testimonio que el Espíritu da de Cristo, nuestro propio testimonio es vano. Sin la obra de convicción del Espíritu, nuestra predicación es vana. Sin los dones, la guía y el poder del Espíritu, nuestra misión es mero esfuerzo humano. Y, sin el fruto del Espíritu, nuestras vidas poco atractivas no pueden reflejar la belleza del evangelio.


    1. En el Antiguo Testamento, vemos al Espíritu de Dios activo en la creación, en obras de liberación y justicia, y llenando y dotando de poder a personas para toda clase de servicio. Profetas llenos del Espíritu esperaban la llegada del Rey y Siervo, cuya Persona y obra estarían dotadas del Espíritu de Dios. Los profetas también miraban hacia la era venidera que estaría marcada por el derramamiento del Espíritu de Dios, trayendo nueva vida, una renovada obediencia y el otorgamiento de dones proféticos a todo el pueblo de Dios, jóvenes y ancianos, hombres y mujeres.[4]


    1. En Pentecostés, Dios derramó su Espíritu Santo según lo prometieron los profetas y Jesús. El Espíritu santificador produce su fruto en las vidas de los creyentes, y el primer fruto es siempre el amor. El Espíritu llena la Iglesia de sus dones, que "procuramos"  [“deseamos ardientemente”, La Biblia de las Américas] como el equipamiento indispensable para el servicio cristiano. El Espíritu nos da poder para la misión y para la gran variedad de obras de servicio. El Espíritu nos permite proclamar y demostrar el evangelio, discernir la verdad, orar eficazmente y prevalecer sobre las fuerzas de oscuridad. El Espíritu inspira y acompaña nuestra adoración. El Espíritu fortalece y consuela a los discípulos que son perseguidos o están sufriendo pruebas por su testimonio de Cristo.[5]


    1. Por lo tanto, nuestra participación en la misión no tiene sentido y es infructuosa sin la presencia, la guía y el poder del Espíritu Santo. Esto se aplica a la misión en todas sus dimensiones: la evangelización, el dar testimonio de la verdad, el discipulado, la pacificación, la participación social, la transformación ética, el cuidado de la creación, la victoria sobre los poderes del mal, la expulsión de espíritus demoníacos, la sanación de los enfermos, el sufrimiento y la perseverancia bajo la persecución. Todo lo que hacemos en el nombre de Cristo debe ser guiado por el Espíritu Santo, y con su poder. El Nuevo Testamento lo deja en claro en la vida de la Iglesia primitiva y la enseñanza de los apóstoles. Hoy, se demuestra en la fecundidad y el crecimiento de las iglesias donde los seguidores de Jesús actúan confiadamente en el poder del Espíritu Santo, con dependencia y expectativa.

No existe ningún evangelio verdadero o completo, y ninguna misión bíblica auténtica, sin la Persona, la obra y el poder del Espíritu Santo. Oramos por un mayor despertar a esta verdad bíblica, y para que su experiencia sea realidad en todas las partes del cuerpo de Cristo en todo el mundo. Sin embargo, somos conscientes de los muchos abusos que ocurren bajo el nombre del Espíritu Santo, de las muchas formas en que se practican y promueven toda clase de fenómenos que no son los dones del Espíritu Santo según la clara enseñanza del Nuevo Testamento. Hay gran necesidad de un discernimiento más profundo, de claras advertencias contra el engaño, de desenmascarar a manipuladores fraudulentos e interesados que abusan del poder espiritual para su propio enriquecimiento impío. Por sobre todo, hay gran necesidad de una enseñanza y una predicación que sean bíblicas y constantes, impregnadas de oración humilde, que equipen a los creyentes en general para que entiendan y se regocijen en el evangelio verdadero, y reconozcan y rechacen los evangelios falsos.

6. Amamos la Palabra de Dios



Amamos la Palabra de Dios en las Escrituras del Antiguo y el Nuevo Testamento, que se hacen eco del deleite gozoso del salmista en la Torá: "He amado sus mandamientos más que el oro […] ¡Oh, cuánto amo yo tu ley!". Recibimos toda la Biblia como la Palabra de Dios, inspirada por el Espíritu de Dios, hablada y escrita a través de autores humanos. Nos sometemos a ella por su autoridad suprema y singular, que rige nuestra creencia y nuestro comportamiento. Testificamos del poder de la Palabra de Dios para lograr su propósito de salvación. Afirmamos que la Biblia es la Palabra escrita final de Dios, no superada por ninguna revelación adicional, pero también nos regocijamos en que el Espíritu Santo ilumina las mentes del pueblo de Dios de forma que la Biblia continúa hablando la verdad de Dios de formas nuevas a las personas de cada cultura.[6]




  1. La Persona que la Biblia revela. Amamos la Biblia como la esposa ama las cartas de su esposo, no por el papel en que están escritas, sino por la persona que habla a través de ellas. La Biblia nos da la revelación que Dios mismo hace de su identidad, carácter, propósitos y acciones. Es el principal testimonio del Señor Jesucristo. Al leerla, lo encontramos a él a través de su Espíritu con gran gozo. Nuestro amor por la Biblia es una expresión de nuestro amor por Dios.
  2. La historia que la Biblia cuenta. La Biblia cuenta la historia universal de la creación, la caída, la redención en la historia, y la nueva creación. Esta narración abarcadora nos provee nuestra coherente cosmovisión bíblica y da forma a nuestra teología. En el centro de esta historia se encuentran los sucesos salvíficos culminantes de la cruz y la resurrección de Cristo, que constituyen el corazón del evangelio. Es esta historia (en el Antiguo y el Nuevo Testamento) la que nos dice quiénes somos, para qué estamos aquí y hacia dónde vamos. Esta historia de la misión de Dios define nuestra identidad, impulsa nuestra misión y nos asegura que el final se encuentra en las manos de Dios. Esta historia debe moldear la memoria y la esperanza del pueblo de Dios, y debe regir el contenido de su testimonio evangelístico, al pasarlo de generación en generación. Debemos hacer conocer la Biblia por todos los medios posibles, porque su mensaje es para todas las personas de la tierra. Por lo tanto, volvemos a comprometernos con la tarea continua de traducir, difundir y enseñar la Biblia en cada cultura e idioma, incluidos aquellos que son predominantemente orales o no literarios.

    1. La verdad que la Biblia enseña. Toda la Biblia nos enseña la totalidad del consejo de Dios, la verdad que Dios quiere que conozcamos. Nos sometemos a ella como verdadera y confiable en todo lo que afirma, porque es la Palabra del Dios que no puede mentir y no fallará. Es clara y suficiente para revelar el camino de la salvación. Es el fundamento para explorar y entender todas las dimensiones de la verdad de Dios.


    1. Sin embargo, vivimos en un mundo lleno de mentiras y de rechazo de la verdad. Muchas culturas exhiben un relativismo dominante que niega que exista o pueda conocerse ninguna verdad absoluta. Si amamos la Biblia, entonces debemos levantarnos en defensa de sus afirmaciones de verdad. Debemos encontrar nuevas formas de expresar la autoridad bíblica en todas las culturas. Volvemos a comprometernos a luchar para defender la verdad de la revelación de Dios como parte de nuestra obra de amor por la Palabra de Dios.


    1. La vida que la Biblia requiere. "Muy cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón, para que la cumplas". Jesús y Santiago nos llaman a ser hacedores de la palabra y no tan solamente oidores.[7] La Biblia retrata una calidad de vida que debería distinguir al creyente y a la comunidad de los creyentes. De Abraham, Moisés, los salmistas, los profetas y la sabiduría de Israel, y de Jesús y los apóstoles, aprendemos que este estilo de vida bíblico incluye la justicia, la compasión, la humildad, la integridad, la veracidad, la castidad sexual, la generosidad, la bondad, la abnegación, la hospitalidad, la pacificación, el no tomar represalias, el hacer el bien, el perdón, el gozo, el contentamiento y el amor; y todas estas cosas deben estar combinadas en vidas caracterizadas por la adoración, la alabanza y la fidelidad a Dios.

Confesamos que decimos fácilmente que amamos la Biblia, sin amar la vida que ella enseña: la vida de esforzada obediencia práctica a Dios a través de Cristo. Sin embargo, "no hay nada que con mayor elocuencia respalde al evangelio que una vida transformada, ni nada que lo desacredite tanto como una vida inconsistente con aquél. Se nos ha ordenado comportarnos de una manera digna del evangelio de Cristo, y aun 'adornarlo' resaltando su belleza por medio de vidas santas".[8] Por lo tanto, por el bien del evangelio de Cristo, nos comprometemos nuevamente a demostrar nuestro amor por la Palabra de Dios creyéndola y obedeciéndola. No existe misión bíblica sin una vida bíblica.

7. Amamos el mundo de Dios


Compartimos la pasión de Dios por su mundo, amando todo lo que él ha hecho, regocijándonos en su providencia y justicia en toda su creación, proclamando las buenas noticias a toda la creación y a todas las naciones, y anhelando el día cuando la tierra será llena del conocimiento de la gloria de Dios, como las aguas cubren el mar.[9]


    1. Amamos el mundo de la creación de Dios. Este amor no es un mero afecto sentimental por la naturaleza (que la Biblia en ninguna parte ordena), y mucho menos una adoración panteísta de la naturaleza (que la Biblia expresamente prohíbe). Más bien, es el resultado lógico de nuestro amor por Dios en el cuidado de lo que le pertenece. "De Jehová es la tierra y su plenitud". La tierra es la propiedad del Dios que decimos amar y obedecer. Cuidamos de la tierra, sencillamente, porque pertenece a quien llamamos Señor.[10]


    1. Cristo creó, sostiene y redimió la tierra.[11] No podemos decir que amamos a Dios mientras abusamos de lo que pertenece a Cristo por derecho de creación, redención y herencia. Cuidamos de la tierra y usamos en forma responsable sus abundantes recursos, no según las razones del mundo secular, sino por causa del Señor. Si Jesús es Señor de toda la tierra, no podemos separar nuestra relación con Cristo de la manera en que actuamos con relación a la tierra. Porque proclamar el evangelio que dice "Jesús es Señor" es proclamar el evangelio que incluye a la tierra, dado que el señorío de Cristo es sobre toda la creación. El cuidado de la creación es, por lo tanto, un tema del evangelio dentro del señorío de Cristo. 


    1. Este amor por la creación de Dios exige que nos arrepintamos de nuestra parte en la destrucción, dilapidación y contaminación de los recursos de la tierra y nuestra complicidad en la idolatría tóxica del consumismo. En cambio, nos comprometemos a una urgente y profética responsabilidad ecológica. Apoyamos a los cristianos cuyo llamado misional específico es a la defensoría y la acción ambiental, así como a aquellos comprometidos con el cumplimiento piadoso del mandato de proveer para el bienestar y las necesidades de los seres humanos ejerciendo un dominio y una mayordomía responsables. La Biblia declara el propósito redentor de Dios para la creación misma. La misión integral significa discernir, proclamar y vivir la verdad bíblica de que el evangelio es buenas noticias de parte de Dios, a través de la cruz y la resurrección de Jesucristo, para cada persona individualmente, y también para la sociedad, y también para la creación. Los tres elementos están rotos y sufren por el pecado; los tres están incluidos en el amor y la misión redentores de Dios; los tres deben formar parte de la misión integral del pueblo de Dios.


    1. Amamos el mundo de las naciones y las culturas. "De una sangre, ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra". La diversidad étnica es el don de Dios en la creación y será preservada en la nueva creación, cuando será liberada de nuestras divisiones y rivalidades producto de la caída. Nuestro amor por todos los pueblos refleja la promesa de Dios de bendecir a todas las naciones de la tierra y la misión de Dios, de crear para sí un pueblo tomado de cada tribu, lengua, nación y pueblo. Debemos amar todo lo que Dios ha escogido bendecir, lo cual incluye a todas las culturas. Históricamente, si bien la misión cristiana ha estado viciada de fallas destructivas, ha desempeñado un papel decisivo en la protección y preservación de las culturas indígenas y sus idiomas. Sin embargo, el amor piadoso también incluye un discernimiento crítico, porque todas las culturas muestran no sólo evidencia positiva de la imagen de Dios en las vidas humanas, sino también las improntas negativas de Satanás y el pecado. Anhelamos ver el evangelio encarnado y arraigado en todas las culturas, redimiéndolas desde adentro para que puedan exhibir la gloria de Dios y la radiante plenitud de Cristo. Esperamos el momento cuando la riqueza, la gloria y el esplendor de todas las culturas serán traídos a la ciudad de Dios, redimidos y purgados de todo pecado, enriqueciendo la nueva creación.[12]


    1. Este amor por todos los pueblos exige que rechacemos los males del racismo y el etnocentrismo, y que tratemos a cada grupo étnico y cultural con dignidad y respeto, basándonos en su valor para Dios en la creación y la redención.[13]


    1. Este amor también exige que tratemos de dar a conocer el evangelio en todos los pueblos y todas las culturas de todas partes. Ninguna nación, judía o gentil, queda fuera del alcance de la Gran Comisión. La evangelización es algo que fluye de los corazones que están llenos del amor de Dios para quienes aún no lo conocen. Confesamos con vergüenza que hay, todavía, muchísimos pueblos en el mundo que no han escuchado el mensaje del amor de Dios en Jesucristo. Renovamos el compromiso que ha inspirado al Movimiento de Lausana desde su inicio, de usar todos los medios posibles para alcanzar a todos los pueblos con el evangelio.


    1. Amamos a los pobres y a los que sufren en el mundo. La Biblia nos dice que el Señor muestra su amor hacia todo lo que ha hecho, que defiende la causa de los oprimidos, ama al extranjero, alimenta al hambriento y sostiene al huérfano y a la viuda.[14] La Biblia también muestra que Dios desea hacer estas cosas a través de seres humanos comprometidos con estas acciones. Dios hace responsables especialmente a quienes son designados como líderes de la política o la justicia en la sociedad,[15] pero ordena a todo el pueblo de Dios –por la Ley y los Profetas, los Salmos y los libros de Sabiduría, Jesús y Pablo, Santiago y Juan– que refleje el amor y la justicia de Dios en amor y justicia prácticos a favor de los necesitados.[16]


    1. Este amor por los pobres exige que no sólo amemos la misericordia y las acciones de compasión, sino que también hagamos justicia denunciando y oponiéndonos a todo lo que oprime y explota a los pobres. "No debemos tener temor de denunciar el mal y la injusticia dondequiera que existan".[17] Confesamos con vergüenza que, en este tema, no compartimos la pasión de Dios, no encarnamos el amor de Dios, no reflejamos el carácter de Dios y no hacemos la voluntad de Dios. Nos consagramos nuevamente a la promoción de la justicia, incluyendo la solidaridad y la defensoría de los marginados y oprimidos. Reconocemos esta lucha contra el mal como una dimensión de la guerra espiritual que sólo puede librarse a través de la victoria de la cruz y la resurrección, con el poder del Espíritu Santo y con oración constante.

    1. Amamos a nuestros prójimos como a nosotros mismos. Jesús llamó a sus discípulos a obedecer este mandamiento como el segundo más importante de la ley, pero luego tomó la orden dada en el mismo capítulo, acerca de amar al prójimo, y la profundizó radicalmente al decir: “Amad a vuestros enemigos”.[18]


    1. Este amor por nuestros prójimos exige que respondamos a todas las personas desde el corazón del evangelio, en obediencia al mandamiento de Cristo y siguiendo el ejemplo de Cristo. Este amor por nuestros prójimos abraza a personas de otras creencias religiosas, y se extiende hacia quienes nos odian, calumnian y persiguen, y aun nos matan. Jesús nos enseñó a responder a las mentiras con la verdad; a quienes hacen el mal con actos de bondad, misericordia y perdón; a la violencia y el asesinato contra sus discípulos con abnegación, a fin de atraer a las personas hacia él y para romper la cadena del mal. Rechazamos enfáticamente el camino de la violencia en la difusión del evangelio, y renunciamos a la tentación de tomar represalias para vengarnos de quienes nos hacen mal. Esta clase de desobediencia es incompatible con el ejemplo y la enseñanza de Cristo y del Nuevo Testamento.[19] Al mismo tiempo, nuestro deber de amor para con nuestros prójimos que sufren nos exige buscar justicia para ellos a través de la apelación adecuada a las autoridades jurídicas y estatales que funcionan como siervos de Dios para castigar a los malhechores.[20]

  1. El mundo que no amamos. El mundo de la buena creación de Dios se ha convertido en el mundo de la rebelión humana y satánica contra Dios. Se nos ordena no amar ese mundo del deseo pecaminoso, la avaricia y el orgullo humano. Confesamos con dolor que precisamente estos signos de mundanalidad muy a menudo distorsionan nuestra presencia cristiana y niegan nuestro testimonio del evangelio.[21]

Nos comprometemos nuevamente a no coquetear con el mundo caído y sus pasiones transitorias, sino a amar a todo el mundo como Dios lo ama. Así que amamos al mundo con un anhelo santo por la redención y la renovación de toda la creación y de todas las culturas en Cristo, la reunión del pueblo de Dios de todas las naciones hasta los confines de la tierra, y el fin de toda destrucción, pobreza y enemistad.

 

8. Amamos el evangelio de Dios


Como discípulos de Jesús, somos personas del evangelio. El núcleo de nuestra identidad es nuestra pasión por las buenas noticias bíblicas de la obra de salvación de Dios a través de Jesucristo. Estamos unidos por nuestra experiencia de la gracia de Dios en el evangelio y por nuestra motivación de hacer conocer ese evangelio de la gracia hasta los confines de la tierra por todos los medios posibles.


a.     Amamos las buenas noticias en un mundo de malas noticias. El evangelio aborda los efectos nefastos del pecado, el fracaso y la necesidad humanos. Los seres humanos se rebelaron contra Dios, rechazaron la autoridad de Dios y desobedecieron la Palabra de Dios. En este estado pecaminoso, estamos alienados de Dios, entre nosotros y del orden creado. El pecado merece la condena de Dios. Quienes se rehúsan a arrepentirse, "no obedecen el evangelio de nuestro Señor Jesucristo; los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor".[22] Los efectos del pecado y el poder del mal han corrompido cada dimensión de la persona humana (espiritual, física, intelectual y relacional). Han permeado la vida cultural, económica, social, política y religiosa a lo largo de todas las culturas y todas las generaciones de la historia. Han ocasionado incalculable sufrimiento a la raza humana y daño a la creación de Dios. Contra este trasfondo sombrío, el evangelio bíblico es, ciertamente, buenas noticias.


b.    Amamos la historia que el evangelio cuenta. El evangelio anuncia como buenas noticias los hechos históricos de la vida, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret. Como el hijo de David, el Mesías Rey prometido, Jesús es aquel a través de quien, exclusivamente, Dios ha establecido su reino y ha actuado para la salvación del mundo, permitiendo que todas las naciones de la tierra sean benditas, como prometió a Abraham. Pablo define el evangelio al decir que "Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; y que apareció a Cefas, y después a los doce". El evangelio declara que, en la cruz de Cristo, Dios asumió sobre sí, en la persona de su Hijo y en nuestro lugar, el juicio que merece nuestro pecado. En el mismo gran acto de salvación, completado, reivindicado y declarado a través de la resurrección, Dios obtuvo la victoria decisiva sobre Satanás, la muerte y todos los poderes del mal, nos liberó de su poder y del temor a ellos y aseguró su destrucción final. Dios logró la reconciliación de los creyentes con él y entre sí cruzando todas las fronteras y las enemistades. Dios también logró su propósito de la reconciliación final de toda la creación, y en la resurrección corporal de Jesús nos ha dado las primicias de la nueva creación. "Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo".[23] ¡Cómo amamos la historia del evangelio!

c.     Amamos la seguridad que el evangelio brinda. Únicamente al poner nuestra confianza en Cristo solo, somos unidos con Cristo a través del Espíritu Santo y somos considerados justos en Cristo ante Dios. Siendo justificados por fe, tenemos paz con Dios y ya no enfrentamos la condenación. Recibimos el perdón de nuestros pecados. Nacemos de nuevo a una esperanza viva al compartir la vida resucitada de Cristo. Somos adoptados como coherederos con Cristo. Pasamos a ser ciudadanos del pueblo del pacto de Dios, miembros de la familia de Dios y lugar de morada de Dios. Así que, al confiar en Cristo, tenemos plena seguridad de la salvación y la vida eterna, ya que nuestra salvación depende, en última instancia, no de nosotros mismos, sino de la obra de Cristo y la promesa de Dios. "Ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro".[24] ¡Cómo amamos la promesa del evangelio!

d.    Amamos la transformación que el evangelio produce. El evangelio es el poder de Dios que transforma las vidas, que está obrando en el mundo. "Es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree".[25] La fe sola es el medio a través del cual se reciben las bendiciones y la seguridad del evangelio. Sin embargo, la fe salvadora nunca permanece sola, sino que se demuestra necesariamente en la obediencia. La obediencia cristiana es "la fe que obra por el amor". [26] No somos salvados por buenas obras sino, habiendo sido salvados sólo por gracia, somos "creados en Cristo Jesús para buenas obras".[27] "La fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma".[28] Pablo veía la transformación ética que produce el evangelio como obra de la gracia de Dios, la gracia que logró nuestra salvación en la primera venida de Cristo, y la gracia que nos enseña a vivir éticamente a la luz de su segunda venida.[29] Para Pablo, "obedecer al evangelio" significaba tanto confiar en la gracia como, luego, ser enseñado por la gracia.[30] La meta misional de Pablo era lograr la "obediencia a la fe" entre todas las naciones.[31] Este lenguaje, muy asociado al pacto, evoca a Abraham. Abraham creyó la promesa de Dios, lo cual le fue acreditado como justicia, y luego obedeció el mandamiento de Dios en demostración de su fe. "Por la fe Abraham […] obedeció".[32] El arrepentimiento y la fe en Jesucristo son los primeros actos de obediencia que exige el evangelio; la obediencia continua a los mandamientos de Dios es la forma de vida hecha posible por la fe del evangelio, a través del Espíritu Santo que nos santifica.[33] La obediencia, por lo tanto, es la evidencia viva de la fe salvadora y el fruto vivo de ella. La obediencia es, también, la prueba de nuestro amor por Jesús. "El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama".[34] "En esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos".[35] ¡Cómo amamos el poder del evangelio!


9. Amamos al pueblo de Dios


El pueblo de Dios son todas las personas de todas las edades y todas las naciones a quienes Dios, en Cristo, ha amado, escogido, llamado, salvado y santificado como un pueblo para su propia posesión, para compartir la gloria de Cristo como ciudadanos de la nueva creación. En consecuencia, como aquellas personas que Dios ha amado de eternidad a eternidad y a lo largo de toda nuestra historia turbulenta y rebelde, se nos ordena amarnos unos a otros. Porque "si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros" y, por lo tanto: "Sed, pues, imitadores de Dios […] y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros". El amor de unos por otros en la familia de Dios no es meramente una opción deseable, sino un mandamiento ineludible. Este amor es la primera evidencia de la obediencia al evangelio, la expresión necesaria de nuestra sumisión al señorío de Cristo, y un potente motor para la misión mundial. [36]



    1. El amor exige unidad. El mandamiento de Jesús, de que sus discípulos se amen unos a otros, está vinculado con su oración para que sean uno. Tanto el mandamiento como la oración son misionales: "En esto conocerán todos que sois mis discípulos" y "para que el mundo crea que tú [el Padre] me enviaste".[37] Un signo sumamente convincente de la verdad del evangelio es cuando los creyentes cristianos están unidos en amor a través de las arraigadas divisiones del mundo: barreras de raza, color, género, clase social, privilegio económico o alineación política. Hay pocas cosas que destruyen tanto nuestro testimonio como cuando los cristianos reflejan y amplifican las mismas divisiones entre ellos. Buscamos urgentemente una nueva asociación global dentro del cuerpo de Cristo a través de todos los continentes, arraigada en un profundo amor mutuo, la sumisión mutua y un intenso compartir de recursos económicos sin paternalismo ni dependencia malsana. Y buscamos esto no sólo como una demostración de nuestra unidad en el evangelio, sino por el bien del nombre de Cristo y la misión de Dios en todo el mundo.

  1. El amor exige sinceridad. El amor habla la verdad con gracia. Nadie amaba más al pueblo de Dios que los profetas de Israel y Jesús mismo. Sin embargo, nadie los confrontó más sinceramente con la verdad de su fracaso, idolatría y rebelión contra su Señor del pacto. Y, al hacerlo, llamaron al pueblo de Dios a arrepentirse, para que pudieran ser perdonados y restaurados al servicio de la misión de Dios. La misma voz de amor profético debe oírse hoy, por la misma razón. Nuestro amor por la Iglesia de Dios sufre de dolor por la fealdad que hay entre nosotros y que tanto desfigura el rostro de nuestro querido Señor Jesús y oculta su belleza del mundo, ese mundo que necesita tan desesperadamente ser atraído hacia él.
  2. El amor exige solidaridad. Amarnos unos a otros incluye especialmente cuidar de los que son perseguidos y los que están presos por su fe y su testimonio. Si una parte del cuerpo sufre, todas las partes sufren con ella. Somos todos, como Juan, "copartícipes […] en la tribulación, en el reino y en la paciencia de Jesucristo".[38] Nos comprometemos a compartir el sufrimiento de los miembros del cuerpo de Cristo en todo el mundo, a través de información, oración, defensoría y otros medios de apoyo. Sin embargo, vemos este compartir no sólo como un ejercicio de conmiseración, sino también como un anhelo de aprender lo que puede enseñar y dar la Iglesia sufriente a aquellas partes del Cuerpo que no están sufriendo de la misma manera. Se nos advierte que la iglesia que se siente cómoda en su bienestar económico y su autosuficiencia puede, como la de Laodicea, ser la iglesia que Jesús ve como la más ciega a su propia pobreza y aquella con respecto a la cual él mismo se siente como un extraño fuera de la puerta.[39]

Jesús convoca a todos sus discípulos a ser una familia entre las naciones, una comunidad reconciliada en la que todas las barreras pecaminosas han sido derribadas por medio de su gracia reconciliadora. Esta Iglesia es una comunidad de gracia, obediencia y amor en la comunión del Espíritu Santo, en la cual se reflejan los gloriosos atributos de Dios y las características de la gracia de Cristo, y se exhibe la multicolor sabiduría de Dios. Como la expresión actual más vívida del reino de Dios, la Iglesia es la comunidad de los reconciliados que ya no viven para sí mismos, sino para el Salvador que los amó y se entregó por ellos.

10. Amamos la misión de Dios



Estamos comprometidos con la misión mundial, porque es fundamental para nuestra comprensión de Dios, la Biblia, la Iglesia, la historia humana y el futuro último. La Biblia entera revela la misión de Dios de llevar todas las cosas en el cielo y en la tierra a la unidad bajo Cristo, reconciliándolas por medio de la sangre de su cruz. Al llevar a cabo su misión, Dios transformará la creación rota por el pecado y el mal en la nueva creación donde ya no habrá más pecado ni maldición. Dios cumplirá su promesa a Abraham de bendecir a todas las naciones de la tierra por medio del evangelio de Jesús, el Mesías, la simiente de Abraham. Dios transformará el mundo fracturado de naciones que están dispersas bajo el juicio de Dios en la nueva humanidad que será redimida por la sangre de Cristo de toda tribu, nación, pueblo y lengua, y será reunida para adorar a nuestro Dios y Salvador. Dios destruirá el reinado de la muerte, la corrupción y la violencia cuando Cristo vuelva para establecer su reino eterno de vida, justicia y paz. Entonces Dios, Emanuel, morará con nosotros, y el reino del mundo pasará a ser el reino de nuestro Señor y de su Cristo, y reinará por siempre jamás.[40]



    1. Nuestra participación en la misión de Dios. Dios llama a su pueblo a compartir su misión. La Iglesia de todas las naciones es la continuidad, a través del Mesías Jesús, del pueblo de Dios en el Antiguo Testamento. Con ellos, hemos sido llamados a través de Abraham y comisionados para ser una bendición y una luz a las naciones. Con ellos, debemos ser moldeados y enseñados por medio de la ley y los profetas para ser una comunidad de santidad, compasión y justicia en un mundo de pecado y sufrimiento. Hemos sido redimidos por medio de la cruz y la resurrección de Jesucristo, y hemos sido dotados de poder por el Espíritu Santo para dar testimonio de lo que Dios ha hecho en Cristo. La Iglesia existe para adorar y glorificar a Dios por toda la eternidad, y para participar en la misión transformadora de Dios dentro de la historia. Nuestra misión se deriva plenamente de la misión de Dios, está dirigida a toda la creación de Dios y tiene como centro y fundamento la victoria redentora de la cruz. Este es el pueblo al cual pertenecemos, cuya fe confesamos y cuya misión compartimos.


    1. La integridad de nuestra misión. El origen de toda nuestra misión es lo que Dios ha hecho en Cristo para la redención de todo el mundo, según lo revela la Biblia. Nuestra tarea evangelística es hacer conocer esas buenas noticias a todas las naciones. El contexto de nuestra misión es el mundo en que vivimos, el mundo de pecado, sufrimiento, injusticia y desorden creacional, al cual Dios nos envía para amar y servir por la causa de Cristo. Por lo tanto, toda nuestra misión debe reflejar la integración de la evangelización y la participación comprometida en el mundo, ya que ambas son ordenadas e impulsadas por la revelación bíblica completa del evangelio de Dios.


    1. "La evangelización es la proclamación misma del Cristo histórico y bíblico como Salvador y Señor, con el fin de persuadir a las gentes a venir a él personalmente y reconciliarse con Dios. [...] Los resultados de la evangelización incluyen la obediencia a Cristo, la incorporación en su iglesia y el servicio responsable en el mundo. […] Afirmamos que la evangelización y la acción social y política son parte de nuestro deber cristiano. Ambas son expresiones necesarias de nuestra doctrina de Dios y del hombre, de nuestro amor al prójimo y de nuestra obediencia a Jesucristo. […]. La salvación que decimos tener, debe transformarnos en la totalidad de nuestras responsabilidades, personales y sociales. La fe sin obras es muerta".[41]


    1. "La misión integral o transformación holística es la proclamación y la demostración del evangelio. No es simplemente que la evangelización y el compromiso social tengan que llevarse a cabo juntos. Más bien, en la misión integral nuestra proclamación tiene consecuencias sociales cuando llamamos a la gente al arrepentimiento y al amor por los demás en todas las áreas de la vida. Y nuestro compromiso social tiene consecuencias para la evangelización cuando damos testimonio de la gracia transformadora de Jesucristo. Si hacemos caso omiso del mundo, traicionamos la palabra de Dios, la cual nos demanda que sirvamos al mundo. Si hacemos caso omiso de la palabra de Dios, no tenemos nada que ofrecerle al mundo."[42]


Nos comprometemos con el ejercicio integral y dinámico de todas las dimensiones de la misión a la cual Dios llama a su Iglesia.
·         Dios nos ordena hacer conocer a todas las naciones la verdad de la revelación de Dios y el evangelio de la gracia salvadora de Dios por medio de Jesucristo, llamando a todas las personas al arrepentimiento, a la fe, al bautismo y al discipulado obediente.
·         Dios nos ordena reflejar su propio carácter por medio del cuidado compasivo de los necesitados, y demostrar los valores y el poder del reino de Dios en la lucha por la justicia y la paz, y en el cuidado de la creación de Dios.

En respuesta al amor infinito de Dios por nosotros en Cristo, y como resultado de nuestro amor desbordante por él, volvemos a dedicarnos, con la ayuda del Espíritu Santo, a obedecer plenamente todo lo que Dios ordena, con humildad abnegada, gozo y valentía. Renovamos este pacto con el Señor, el Señor que amamos porque él nos amó primero.


[1]           Juan 1:3; 1 Corintios 8:4-6; Hebreos 1:2; Colosenses 1:15-17; Salmos 110:1; Marcos 14:61-64; Efesios 1:20-23; Apocalipsis 1:5; 3:14; 5:9-10; Romanos 2:16; 2 Tesalonicenses 1:5-10; 2 Corintios 5:10; Romanos 14:9-12; Mateo 1:21; Lucas 2:30; Hechos. 4:12; 15:11; Romanos 10:9; Tito 2:13; Hebreos 2:10; 5:9; 7:25; Apocalipsis 7:10
[2]           Lucas 6:46; 1 Juan 2:3-6; Mateo 7:21-23
[3]           Mateo 16:16; Juan 20:28; 1 Pedro 1:8; 1 Juan 3:1-3; Hechos 4:12
[4]           Génesis 1:1-2; Salmos 104:27-30; Job 33:4; Éxodo 35:30–36:1; Jueces 3:10; 6:34; 13:25; Números 11:16-17, 29; Isaías 63:11-14; 2 Pedro 1:20-21; Miqueas 3:8; Nehemías 9:20,30; Zacarías 7:7-12; Isaías 11:1-5; 42:1-7; 61:1-3; 32:15-18; Ezequiel 36:25-27; 37:1-14; Joel 2:28-32
[5]           Hechos 2; Gálatas 5:22-23; 1 Pedro 1:2; Efesios 4:3-6; 11-12; Romanos 12:3-8; 1 Corintios 12:4-11; 1 Corintios 14:1; Juan 20:21-22; 14:16-17, 25-26; 16:12-15; Romanos 8:26-27; Efesios 6:10-18; Juan 4:23-24; 1 Corintios 12:3; 14:13-17; Mateo 10:17-20; Lucas 21:15
[6]           Salmos 119:47,97; 2 Timoteo 3:16-17; 2 Pedro 1:21
[7]           Deuteronomio 30:14; Mateo 7:21-27; Lucas 6:46; Santiago 1:22-24
[8]           El Manifiesto de Manila, párrafo 7; Tito 2:9-10
[9]           Salmos 145:9,13,17; Salmos 104:27-30; Salmos 50:6; Marcos 16:15; Colosenses 1:23; Mateo 28:17-20; Habacuc 2:14
[10]          Salmos 24:1; Deuteronomio 10:14
[11]          Colosenses 1:15-20; Hebreos 1:2-3
[12]          Hechos 17:26; Deuteronomio 32:8; Génesis 10:31-32; 12:3; Apocalipsis 7:9-10; Apocalipsis 21:24-27
[13]          Hechos 10:35; 14:17; 17:27
[14]          Salmos 145:9,13,17; 147:7-9; Deuteronomio 10:17-18
[15]          Génesis 18:19; Éxodo 23:6-9; Deuteronomio 16:18-20; Job 29:7-17; Salmos 72:4,12-14; Salmos 82; Proverbios 31:4-5,8-9; Jeremías 22:1-3; Daniel 4:27
[16]          Éxodo 22:21-27; Levítico 19:33-34; Deuteronomio 10:18-19; 15:7-11; Isaías 1:16-17; 58:6-9; Amós 5:11-15,21-24; Salmos 112; Job 31:13-23; Proverbios 14:31; 19:17; 29:7; Mateo 25:31-46; Lucas 14:12-14; Gálatas 2:10; 2 Corintios 8–9; Romanos 15:25-27; 1 Timoteo 6:17-19; Santiago 1:27; 2:14-17; 1 Juan 3:16-18
[17]          El Pacto de Lausana, párrafo 5
[18]           Levítico 19:34; Mateo 5:43-44
[19]          Mateo 5:38-39; Lucas 6:27-29; 23:34; Romanos 12:17-21; 1 Pedro 3:17-22; 4:12-16
[20]          Romanos 13:4
[21]          1 Juan 2:15-17
[22]          Génesis 3; 2 Tesalonicenses 1:9
[23]          Marcos 1:1,14-15; Romanos 1:1-4; Romanos 4; 1 Corintios 15:3-5; 1 Pedro 2:24; Colosenses 2:15; Hebreos 2:14-15; Efesios 2:14-18; Colosenses 1:20; 2 Corintios 5:19
[24]          Romanos 4; Filipenses 3:1-11; Romanos 5:1-2; 8:1-4; Efesios 1:3-14; Colosenses 1:13-14; 1 Pedro 1:3; Gálatas 3:26–4:7; Efesios 2:19-22; Juan 20:30-31; 1 Juan 5:12-13; Romanos 8:31-39
[25]          Romanos 1:16
[26]          Gálatas 5:6
[27]          Efesios 2:10
[28]          Santiago 2:17
[29]          Tito 2:11-14
[30]          Romanos 15:18-19; 16:19; 2 Corintios 9:13
[31]          Romanos 1:5; 16:26
[32]          Génesis 15:6; Hebreos 11:8; Génesis 22:15-18; Santiago 2:20-24
[33]          Romanos 8:4
[34]          Juan 14:21
[35]          1 Juan 2:3
[36]          2 Tesalonicenses 2:13-14; 1 Juan 4:11; Efesios 5:2; 1 Tesalonicenses 1:3; 4:9-10; Juan 13:35
[37]          Juan 13:34-35; 17:21
[38]          Hebreos 13:1-3; 1 Corintios 12:26; Apocalipsis 1:9
[39]          Apocalipsis 3:17-20
[40]          Efesios 1:9-10; Colosenses 1:20; Génesis 1-12; Apocalipsis 21–22
[41]          El Pacto de Lausana, párrafos 4 y 5
[42]          La Declaración Miqueas sobre la Misión Integral



fin de la primera parte del documento...
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